Conozco todas las estaciones, sus sentimientos, sus
emociones y ninguna es como vos.
Pase un invierno conociendo todos tus movimientos. Me
enredaste con tus palabras y endulzaste mis sentidos al compás de tus falsas
promesas.
Conociste todos mis secretos y no ví tus trampas, escondidas
en cada rincón de tu cuerpo.
El calor se apoderó de mi interior hasta que la primavera se
asomó. Creí que sería distinto, pero no. Todo empeoró. Fue ese momento, el cual
se me ocurrió salir a caminar para ahogar mis penas con el aire puro, pero
hasta el me traicionó.
El frío me enfermó. Mi mente paralizada. Las flores se
escondían. Tu vida era una mentira. La mía una avenida de una vía y yo en
contramano.
Los colores se ausentaron durante un largo tiempo hasta que
te volví a cruzar ese verano totalmente anclada. Mas misteriosa que antes.
Quisiste escaparte pero no podías sacar la mirada de esa alma devastada que
figuraba en el libro de actas de tus victimas. Te enfrente, una vez mas, esta
vez de una manera distinta.
Paralizados nos quedamos durante largas horas. El sol y la luna fueron cómplices de nuestro
silencio eterno. Una lagrima inicio su camino, partiendo desde tu ojo con
destino directo hacia el césped del jardín, donde permanecimos estoicos. Fue en
ese instante en que todo se convirtió en pasado. Te despedí con una leve mueca
que mi boca, forzada, intento esbozar. Gire sobre mi eje. Y me fui perdiendo en
el horizonte. Faltaba algo. Sin el otoño no se completaba el ciclo. Las hojas
comenzaron a enterrar la única lagrima culposa que se había desprendido de tu
ser.
Tu alma avanzó hacia otro destino, en búsqueda de nuevas
victimas. En cambio, tu cuerpo sigue ahí, inmóvil, escoltando las hojas. No te
diste cuenta que el invierno llegó y que el frió te abrazo por completo.
Congelada estas.
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